sábado, 8 de junio de 2013

Martín Estévez en wikipedia

Martín Estévez                                                        
Martín Gonzalo Estévez (n. 10 de abril de 1984) es un ex jugador argentino de vóley. Jugó en la posición de armador para el Instituto Lomas de Zamora y, tras su retiro, se dedicó a la literatura barata y militó en el neohippismo piquetero.

Índice                                                                         
1 Inicios
2 En la Escuela Nº29 (1995-1998)
3 En el Instituto Lomas (1999-2001)
4 Títulos y premios
5 Referencias

Sus inicios                                                                 
Nació el 10 de abril de 1984 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En su infancia se dedicó al fútbol, llegando a disputar el Mundial 93. Sin lugar para ese deporte en la Escuela Nº29 de Lomas de Zamora, practicó handball.

En 1995 cumplió 11 años, edad en la que en la Argentina comienza a participarse en competencias intercolegiales, pero en la preselección del equipo escolar perdió su lugar ante jugadores de menor renombre como Matías Salinas y Marcelo Garay. “Fue una de las decepciones más grandes de mi carrera. Nunca le perdoné al profesor Guillermo que me dejara afuera” , reconoció tiempo después (1).

En la Escuela Nº29 (1995-1998)                     
Sus compañeros lo convencieron de probar suerte en el vóley, y terminó siendo titular en el equipo que perdió los tres partidos del intercolegial y quedó rápidamente eliminado.

En séptimo grado compartió equipo con Marcelo Petrucci, iniciando una dupla memorablemente olvidable. En el intercolegial ‘96 compitieron 16 colegios. La Escuela 29 ganó los siete partidos clasificatorios y la semifinal, pero perdió 18-17 el match decisivo (se jugaba por tiempo).

Al año siguiente participó de un triangular en el que ganó un partido y perdió otro, quedando eliminado por diferencia de tantos. Allí conoció a Nicolás Briant, el otro armador del equipo. “Hoy sigue estando en mi ranking de personas que quiero –enfatizó Martín en una entrevista reciente-. Es el amigo más antiguo que tengo, pensar que lo conocí gritando: ¡sacá de arriba, carajo!”(2).

En noveno grado llegó la despedida de la Escuela 29 y de un grupo de jugadores que nunca supieron acompañar el entusiasmo de Martín, Marcelo y Nicolás. Tres estrepitosas derrotas dejaron al profesor Gabriel Coyne con las rastas de punta. Era el fin de una era.

En el Instituto Lomas (1999-2001)            
“Lo que me acuerdo de Martín son dos cosas: a los árbitros pidiéndome que no mostrara la camiseta de Racing cada vez que ganaba un punto; y que siempre me preguntaba por Marina Cava, una rubia a la que yo entrenaba y terminó en la selección argentina de básquet”, recuerda Mónica Nápoli, directora técnica durante la etapa de Martín en el Instituto Lomas de Zamora.

En 1999, ella preparó a un fuerte equipo que contaba con valores como Martín, Marcelo, Nicolás, el chileno Luis Berrocal y Walter “Fleco” Rivas. “Cuando votábamos quién tenía que ser el capitán, lo elegíamos a él –recuerda Berni Berrocal-, más que nada porque nos explicaba Físico-Química a todos. Pero nunca aceptaba(3). Durante años se especuló con diversas versiones: que era demasiado modesto, que no soportaba la presión porque era pecho frío o que creía que ser capitán traía mala suerte. Años después, Martín reveló la verdad en su blog: “¡Es que no veía la moneda en el sorteo, ni al árbitro, ni los números de los rivales! ¡Te lo juro, en esa época sin anteojos no veía nada!”(4) .

Dos triunfos y una derrota (ante el prestigioso Colegio Pallotti) dejaron al Instituto Lomas eliminado en primera ronda. Una vez más, la diferencia de tantos fue decisiva. “¡Siempre nos pasa lo mismo, la concha de la lora!”, declaraba Petrucci con mucha calma. Al año siguiente se sumó un talentoso receptor punta de apellido Fuentes, pero el Instituto perdió sus tres partidos. “¡Siempre nos pasa lo mismo, la concha de la lora!”, declaró Petrucci después de la eliminación.

El último año de Martín como jugador arrancó pésimo. “Fleco” Rivas y el chileno Berrocal habían dejado de estudiar; Fuentes ya tenía 19 años y por reglamento no podía participar; y su relación con Petrucci se había roto durante el viaje de egresados. “Era todo un desastre –recuerda Nico Briant-. Quedábamos sólo cinco jugadores, ¡no podíamos ni formar un equipo!”. “Semanas antes del torneo –detalla Mónica– los junté en el Parque de Lomas y les dije que no íbamos a presentarnos porque faltaba un jugador”. Entre todos convencieron a su compañero Lucas Chaparro, que en su vida había tocado una pelota de vóley, de que se sumara al equipo. “Minutos antes de los partidos le explicábamos a Chapi el reglamento, una locura”, se ríe Briant.

El Instituto Lomas integró una zona de cuatro equipos en la que el favorito era el Colegio Nuevo Sol. Todos los partidos se jugaban en días distintos y eso generó una situación sorprendente: los dos restantes colegios, luego de perder en su debut ante Nuevo Sol, abandonaron la competencia. “Ganamos los dos partidos porque no se presentaron. De golpe, estábamos en la final del grupo sin haber jugado”, explica Briant.

En esa final, el Instituto sorprendió y se llevó el primer set. Nuevo Sol cargó el juego sobre Chaparro para llevarse el segundo. Le pidieron a Lucas que recibiera lo más alto posible y todos corrieron detrás de la pelota: el Instituto Lomas ganó el tercer set y su grupo. El equipo ya estaba entre los ocho mejores de la zona sur de Buenos Aires.

En cuartos de final, el rival era el San José, colegio privado que tenía un plantel de doce jugadores con camisetas, pantalones y medias de la institución. “Desde el 99, nosotros usábamos el mismo juego de remeras blancas para todo el colegio –señala Briant-. A Martín ya casi no le entraba, pero igual se ponía la camiseta de Racing abajo, parecía un matambre. Y empezamos a llevar pantalones del mismo color porque si no parecíamos una murga”.

Antes del partido, Mónica juntó a los seis y, con los ojos brillosos, dijo: “Llevo muchos años como profe y nunca había llegado tan lejos. ¡Estamos entre los ocho mejores de todo el sur! Sólo puedo decirles gracias, y rómpanse todo. Rómpanse todo porque este partido no se lo tienen que olvidar nunca más”.

Salieron llenos de intensidad y nervios, y San José ganó el primer set. Marcelo y Martín, que casi no se dirigían la palabra, se miraron fijo al comienzo del segundo. En sus ojos podía leerse: “Hagámoslo por última vez”. El Instituto brilló como nunca antes y ganó el segundo. El tercer set fue a puro lujo, con Nico manejando los hilos, Marcelo pegando, y Lucas y Martín formando un muro en el bloqueo. “Fue el mejor partido de mi vida -aseguró Martín el otro día, mientras tomaba mate en la placita de Laprida-. Mientras los del San José se iban en su micro callados, nosotros salíamos eufóricos a la calle a preguntar con qué colectivo nos podíamos volver”.

La semifinal se jugó en un marco poco habitual para un torneo intercolegial: el Westminster llevó cerca de cien hinchas, bombos y jugadores que hasta tenían su nombre escrito en las camisetas. Los del Instituto eran los seis de siempre. “Nosotros también llevamos hinchada: mi hermana y su novio -se emociona Martín mientras come galletas integrales en la Universidad de Lomas-. Ellos tenían como diez entrenadores, jugadas en la pizarra, parecían más la selección de Italia que un colegio”.

El Westminster ganó 25-16 y 25-18 en el que fue el último partido de la carrera de Martín. “En ese momento era conciente de que se acababa todo. Mientras volvíamos en el colectivo lo hablábamos con Nico –recuerda Martín mientras escribe este texto-: nunca más los viajes, nunca más abrazarnos después de un punto, nunca más la camiseta de Racing abajo, nunca más el cosquilleo antes de sacar. Y nunca más escribir canciones en la hora de geografía, aprobar inglés con lo justo, mirar chicas en el recreo, hablar con una compañera hasta enamorarnos, y enamorarla hasta que sea nuestra novia, y vivir cada detalle como si fuera el fin del mundo, el comienzo del mundo, la eternidad. Nunca más la gloria extraña de ir al colegio, a esa institución que nació como una herramienta del capitalismo para transformarnos en soldaditos y que de a poco, muy de a poco, vamos a transformar en nuestro triunfo. Aunque seamos seis, aunque tengamos las mismas remeras de siempre, aunque a veces peleemos entre nosotros, y aunque a veces terminemos mezclando artículos de wikipedia y cuentos de blogs con ideales políticos”.

Títulos y premios                                                 
Ganó un trofeo chiquito en séptimo grado. Nunca más ganó nada de nada. Así que cuidalo, Martín.

Enlaces externos                                                 
(1) Revista La Acadé Nº11, enero 2004, pág. 4
(2) El Asesino Anónimo Nº52, junio de 2000
(3) Revista Animal Man (ediciones Zinco) Nº1.
(4) www.palabrasenreveradas.blogspot.com