sábado, 14 de marzo de 2015

Verano del '98

Por Martín Estévez

Las relaciones familiares me importan un carajo. Tal vez sea para equilibrar que, durante mis primeros catorce años, nueve de las diez personas que más quise eran familiares, vivían conmigo, mi mundo eran ellos. O por ahí es porque me importa más estar con personas que me quieran, que me diviertan, que me hagan sentir bien, que sostener cariño por alguien a quien no soporto pero que tiene sangre parecida a la mía. Así que imagínense qué poco me va a costar hablar mal de una lejana media hermana llamada Victoria.

La borrega nació en el 95, pero para mí los bebés son todos medio iguales: recién les presto atención cuando dicen algo llamativo, caminan o al menos no te vomitan los hombros cada veinte minutos. Así que mi primer recuerdo importante de esta chiquita son las vacaciones de 1998. De hecho, casi lo único que recuerdo de esas vacaciones es a ella.

Insoportable era. Seis horas de ida a Villa Gesell escuchando el casete de Chiquititas predisponen mal a cualquiera. Y oír durante catorce días "¿Qué tas atiendo? ¿Qué tas atiendo? ¿Qué tas atiendo?", más que malhumorar, directamente genera ira. La cuestión era más o menos así: yo estaba escuchando un partido clave para Racing, contra Estudiantes, en La Plata, y aparecía Vicky.

-¿Qué tas atiendo?
-Escucho un partido de Racing, Vicky.
-Ah... Tantín... ¿qué tas atiendo?
-Lo que te dije, Vicky: escucho a Racing.
-Ah... Tantín... Tantín... ¿qué tas...?

Y yo miraba con cara de "quién me manda a estar acá". Hasta que Chuna, desde lejos, le gritaba:

-Vicky, ¡hacele a Martín la cara de chanchito enojado!

Y la borrega me miraba de frente y hacía una mueca con la cara que me enternecía hasta el diafragma.

Los que me conocen saben que trato igual a las personas de 2, 15 o 50 años. Nada de hablarle con voz de pelotudo a un nene de 5 años: el que tiene 5 años es él, no yo. Entonces a Vicky le hablé de igual a igual, en esas vacaciones y siempre.

Nos veíamos cada dos o tres semanas, así que quererla no era tan fácil, pero jugamos, conversamos, nos entendimos: nos quisimos. Con los años, la relación se fue enfriando lo lógico, por cuestiones de edad, pero también un poco más que lo lógico.

Es que me cuestan los hermanos. Y yo les cuesto a ellos. Con Gaby vivimos lo mismo, pero lo vivimos distinto. Fede es el más chico; con él estamos juntando pedacitos del pasado para ver si podemos armar un presente. Sobre ellos, claro, voy a escribir un texto entero en el futuro. Pero este texto es sobre Vicky. Probablemente porque tenía que contar una historia relacionada con 1998; pero, en realidad, creo que habla sobre ella por la última vez que la vi, hace algunas semanas.

Nos juntamos los cuatro: Gaby, Vicky, Fede y yo. Por primera vez, solos. Situación tensa. Todos nos estamos llevando un poco como el orto, si es que nos llevamos. Y a todos nos duele un poco la familia, si es que no nos duele mucho.

Aunque le pesó el debut en Primera, Fede puso la cara, fue el que generó el encuentro, se llevó aplausos de la tribuna. Gaby es Gaby, con todo lo que eso conlleva: sigue pasando de 0 a 37 en un rayo de sol. Mete un golazo pero después se hace expulsar. Demasiado imprevisible en el deporte de las relaciones. Y Vicky, que era promesa de buen fútbol, la rompió.

Yo te vi la cara, borrega. Vi que, cuando Fede mostró su lado de chiquito, vos mostraste grandeza. Vi que entendías los chistes, que devolvías con la mirada, te vi grande y chica y defectuosa y viva. Vi que entendimos lo mismo. No sé qué, pero era lo mismo. Te quise sin sangre de por medio, sin obligaciones de apellido, te quise porque me gustaba estar ahí con vos.

Ojo: seguimos teniendo una relación de mierda. No nos vemos nunca, sabemos poco del otro, somos inconstantes, nos hacemos los cancheros y etcétera etcétera. De hecho, desde esa vez no nos comunicamos más. Ni un puto mensaje. Pero sentí, por un segundo y por algunos más, que no te estaba queriendo como media hermana, ni como hermana entera, ni por sangre ni por apellido: te estaba queriendo como persona. Como te quería en aquel verano del 98, en el que, rompiéndome las pelotas, no hiciste más que alegrarme el corazón.