lunes, 27 de abril de 2009

Ausencias

Las reuniones de amigos son parecidas en todas partes. Suelen juntarse creyendo en objetivos comunes que no existen, ríen, y años después no vuelven a verse.
En un bar de Capital se produjo una de tantas, numerosa, con nueve personas hablando casi a los gritos y uno en silencio. Él no decía una palabra. Saludaba educadamente a cada uno, al llegar y al irse, y siempre pedía una gaseosa bien fría. Solía festejar los chistes de los demás, con lo que se ganaba la simpatía del resto, pero tenía una peligrosa costumbre: ante los chistes estúpidos su cara se transformaba en una especie de agravio artístico dirigido hacia el autor.
Una vez, cuando él aún no había llegado, los otros nueve, terriblemente aburridos, descubrieron que no sabían su nombre. Que nunca lo había dicho y que, si lo había hecho, nunca lo habían escuchado. Más aún: ninguno de los nueve recordaba cómo se había sumado al grupo de amigos, o por qué. Nadie lo había visto en otro lugar que no sea el bar. A July, una de las chicas, le pareció haber oído que vivía en Villa Tesei, pero no sabía dónde lo había escuchado. Nadie lo comprobó.
Esa conversación terminó y, minutos después, él llegó, pero sus amigos ya estaban debatiendo si la remera del Morocho era de gay o no. Meses después, él dejó de ir a las reuniones de amigos, sin que nadie lo notara. Y, años después, los amigos dejaron de reunirse. También, sin que nadie lo notara.

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